miércoles, 17 de abril de 2013

Anatomía de un instante. (38)


No hubiera debido ocurrir, porque la idea de Estado de las Autonomías era por lo menos tan válida como la de los pactos de la Moncloa y casi tan necesaria como la de elaborar una Constitución. Tal vez Suárez no sabía una sola palabra de historia, según repetían sus detractores, pero lo que sí sabía es que la democracia no iba a funcionar en España si no satisfacía las aspiraciones del País vasco, Cataluña y Galicia a ver reconocidas sus singularidades históricas y lingüísticas y a gozar de una cierta autonomía política. El título VIII de la Constitución, donde se define la organización territorial del estado, pretendía responder a esas antiguas demandas; previsiblemente, su redacción encendió una batalla entre los partidos políticos cuyo saldo fue un texto híbrido, confuso y ambiguo que dejaba casi todas las puertas abiertas y que, para ser aplicado con un éxito inmediato, hubiera exigido una astucia, una sutileza, una capacidad de conciliar lo inconciliable y una intuición histórica o un sentido de la realidad que hacía principios de 1979 Suárez perdía ya de forma acelerada.
Todo empezó mucho antes de la aprobación de la Constitución y empezó bien, o como mínimo empezó bien para Suárez, que realizó en Cataluña un nuevo pase de magia. A fin de conjurar el peligro de que la izquierda que había ganado allí las elecciones generales formara un gobierno autonómico de izquierdas, Suárez se sacó de la manga a Josep Tarradellas, el último presidente del gobierno catalán en el exilio, un viejo político pragmático que garantizaba a la vez el apoyo de todos los partidos catalanes y el respeto a la Corona, el ejército y la unidad de España, de forma que su regreso en octubre de 1977 tradujo el restablecimiento tras cuarenta años de una institución republicana en una herramienta legitimadora de la monarquía parlamentaria y en una victoria del gobierno de Madrid. En Galicia las cosas no funcionaron tan bien, y en el País Vasco aún menos.

Anatomía de un instante. (37)


Si en la televisión fue casi siempre imbatible, porque la dominaba mejor que cualquier político, en el mano a mano lo era todavía más: podía sentarse a solas con un falangista, con un tecnócrata del Opus o con un guerrillero de Cristo Rey y el falangista, el tecnócrata y el guerrillero se despedían de él con la certeza de que en el fondo era un guerrillero, un falangista o un defensor del Opus, podía sentarse con un militar y, recordando sus tiempos de alférez de complemento, decir: No te preocupes, en el fondo sigo siendo un militar; podía sentarse con un monárquico; podía sentarse con un democristiano y decir: En realidad, siempre he sido un democristiano; podía sentarse con un socialdemócrata y decir: Lo que yo soy, en el fondo, es un socialdemócrata; podía sentarse con un socialista o un comunista y decir: Comunista no soy, no (o socialista), pero soy de los tuyos, porque mi familia fue republicana y en el fondo yo no he dejado de serlo. A los franquistas les decía: hay que ceder poder para ganar legitimidad y conservar el poder; a la oposición democrática le decía: Yo tengo el poder y vosotros la legitimidad: tenemos que entendernos.

jueves, 11 de abril de 2013

Los herejes imprescindibles


Fernando Savater en El País



En los primeros tiempos del cristianismo, cuando la ortodoxia aún no estaba definitivamente establecida -si es que lo ha estado alguna vez- y abundaban las vehementes discrepancias, algunos padres de la Iglesia más imaginativos solían asegurar: "oportet et haéreses esse" (o sea, que conviene que haya herejías). Ellos lo decían suponiendo que refuerzan la fe, pero también podríamos afirmarlo si creemos que los herejes sirven para espabilar a los creyentes y hacerlos más reflexivos, menos simplistas en sus dogmas. A quien le incomodan las perplejidades porque turban su placidez sectaria, los herejes sólo le despiertan ansias inquisitoriales y exterminadoras; pero a los capaces de pensar por sí mismos, aunque guarden fidelidad a su familia ideológica, los herejes les ayudan a conocer mejor las razones, los límites y sobre todo las posibles alternativas razonables de su compromiso.



La desenfadada herejía de UPyD es la clave de su notable éxito y la causa de incomprensiones

Algunos residuos quedan del franquismo en la política española y el peor de todos es la tendencia a la "adhesión inquebrantable": los míos son los míos, con razón o sin ella. Se elige un campo y se adopta una ceguera voluntaria contra cuanto puede cuestionar su excelencia, por verosímil que resulte. O somos o no somos: y claro, somos... ay. Al votante indeciso se le ofrece ante todo la certidumbre de la maldad del adversario y se le insta a que no suscite peligrosas dudas sobre la línea seguida por los "buenos": eso es hacer el juego al enemigo. Los intelectuales orgánicos de cada bandería tampoco se salen del guión, los unos denostando a la derecha corrupta y explotadora como única reflexión política de la que se sienten capaces, mientras los otros siguen dando lanzadas a la Mátrix progre por ellos imaginada como punching ball, para no calentarse más el caletre. En este campo, los herejes son perturbadores porque encierran la tentación de introducir variables no contempladas por la ortodoxia. No rechazan en bloque la fe aceptada, pero la cuestionan en ciertos aspectos y apuntan perspectivas interesantes que pertenecen a la tierra de nadie, aún inexplorada. Por eso resultan convenientes y yo diría que hasta imprescindibles salvo para los discípulos de Torquemada.

La desenfadada herejía representada por UPyD en nuestro panorama político ha sido probablemente la clave de su notable éxito y también causa de incomprensiones o malentendidos. Incluso ha aparecido una especial tribu mediática, encargada de prevenir a la población contra los males que pueden derivarse de la propagación pandémica de la gripe herética. Esta tribu tiene dos clanes: los del Oso Gubernamental advierten a los distraídos que UPyD es de derechas (para los más exagerados o en busca de aumento de sueldo, incluso deextrema derecha), aunque ocasionalmente apoye medidas semejantes a las de la izquierda; los del clan de la Mofeta Popular, en cambio, proclaman el íntimo y astuto izquierdismo de los seguidores de Rosa Díez, que se oculta bajo la piel de cordero de la defensa de la unidad nacional. Algunos no retroceden ante las declaraciones más subidas de tono: por lo que yo conozco se lleva la palma -justicia poética- un columnista balear que, asombrado por la pervivencia de los herejes, decidió la medida extrema de leer su programa y descubrió con lógico sobresalto que su ideario económico es neocomunista. Y concluye: "Les votan porque no les conocen". No faltan los que, antes de cada convocatoria electoral, se indignan contra UPyD por querer ir solos por la vida y robar votos a los demás, para después reprocharles que no han obtenido tantos como debieran para desbancar a quienes a ellos les molestan. En fin...

Pero lo más interesante de estas críticas, pintoresquismos aparte, es que revelan muy bien el funcionamiento de la mentalidad ortodoxa contra la herética: se denuncia como escandaloso tratar los asuntos políticos y sociales cada cual por sí mismo, objetivamente, en lugar de encuadrarlo en una global "forma de pensar" estereotipada de derechas o de izquierdas. Por lo visto, así no vale. Cada cuestión suscitada por la realidad que vivimos no debe ser meramente afrontada según un realismo neutro que prescinde de opciones previas, sino encuadrado en una inacabable lucha por el poder de ellos contra nosotros. Lo que de veras importa no es solucionar los problemas sino quién va a rentabilizar la solución o, aún mejor, quién va a cargar con la culpa humillante de que no se solucione. Antes de permitir que sea el preboste enemigo quien inaugure el puente, mejor que la gente se ahogue al tratar de vadear el río: eso les hará perder votos... Y quienes no compartan este edificante esquema no pueden ser más que traidores emboscados o herejes merecedores de la hoguera.

Sin embargo, anima comprobar que hay cada vez más votantes deseosos de herejías constructivas. Se está viendo, por fortuna, en el País Vasco. Aquellos primeros y denostados herejes de Basta Ya -uno de los antecedentes de UPyD- que en su momento y durante mucho tiempo después defendieron la cooperación de urgencia entre socialistas y populares para configurar una alternativa constitucionalista al nacionalismo, que abogaron siempre por la exclusión de los violentos y quienes les apoyan de las instituciones para no falsear la democracia, que realizaron manifestaciones encabezadas por las víctimas antes que por los políticos, etc... no debían de estar del todo equivocados. Su lección fue aprendida incluso por quienes con más vehemencia la cuestionaron y hoy ya las cosas cambian que da gusto verlas. Quizá no siempre, pero a veces la herejía es eficaz. Lo cual no impide que siga siendo necesaria, como demuestra que Gorka Maneiro, el parlamentario de UPy D, se haya quedado solo en el Parlamento vasco votando contra la unánime aceptación por parte de todos los demás grupos del blindaje de los privilegios que derivan de los anacrónicos derechos históricos...

Tras primero escandalizarse por sus heterodoxias, algunos restaron luego mérito a Voltaire diciendo que no eran más que tópicos de sentido común: "Es un maestro en decir bien lo que todo el mundo ya sabe", comentó una señora. A UPyD le pasa algo parecido, que a fin de cuentas sus herejías decepcionan a los exquisitos porque son puro sentido común. ¡Qué le vamos a hacer! No es más que sentido común denunciar que en ciertas autonomías haya dificultades -las que sean, la mínima ya es intolerable- para educar o realizar actos administrativos en la lengua común del Estado. Y es mero sentido común señalar que el bilingüismo puede ser en su caso un loable deseo pero nunca un objetivo obligatorio al que supeditar otros intereses, educativos o sociales. No hace falta más que sentido común para considerar una mascarada denigrante el espectáculo del Senado reunido con traductores y pinganillos en la oreja para entenderse entre españoles que comparten precisamente para eso una lengua constitucionalmente reconocida. Y defender el derecho a que la educación pública explique valores cívicos que no son de ningún partido porque ya están vigentes -como la tolerancia ante diversas opciones sexuales, el laicismo efectivo, etc...- también es mero sentido común. Raros tiempos los nuestros, en que para sentar plaza de herejes basta con pensar con toda la cabeza y no sólo con media.

Muy bien, me dirá alguno, pero entonces, si la herejía es tan imprescindible... ¿para cuándo la veremos también en UPyD? Bueno, hombre, somos aún jóvenes y tiernos, déjenos crecer un poco. Pero en último término, respondo por mi parte lo mismo que el torero al que elogiaron diciendo que ya sólo le faltaba morir en el ruedo: se hará lo que se pueda...

Los que pasan del catalán


Jesús Royo Arpón en La Voz Libre




La teoría que atribuye la vigencia del catalán a su utilidad como discriminador social, es decir, como “criterio para formar la cola de la participación en los bienes sociales”, quizá no lo explica todo. Pero tiene la gracia de que da una explicación razonable a fenómenos sociales bastante curiosos.

Por ejemplo, la temperatura catalanista sube en los lugares centrales de la escala social, allá donde se establece el contacto –y el conflicto– entre los naturales y los inmigrados. En cambio, hacia los extremos de la escala, el 'hecho catalán' se mira más bien con indiferencia.

La más alta burguesía no necesita destacarse con la lengua. No compite con los castellanohablantes inmigrados. Se relaciona con naturalidad y frecuencia con las clases altas de las otras capitales de España. Su lengua, desde hace cien años o más, es el castellano (pero no el castellano chava del Makinavaja, ¿eh?). Yo diría que ese grupo ha ido perdiendo terreno en Cataluña, en parte porque el conflicto linguosocial se ha generalizado, y en parte porque las grandes fortunas han dejado de ser inamovibles.

Igualmente, en las capas más bajas, el lumpen –muy numeroso– es castellanohablante casi al cien por cien, y no manifiesta ninguna atracción por el catalán. No por nada, sino por economía de esfuerzos: tienen la cabeza totalmente ocupada con la obsesión de sobrevivir, de resolver el día de hoy. La inapetencia respecto al catalán se incrementa con el grado de marginación del individuo. ¡Y también con la edad! A la gente mayor de la inmigración, el pleito lingüístico no le da ni frío ni calor.

Eso significa que el 'problema de la lengua' es vivido por los castellanohablantes pobres con una intensidad proporcional a su esperanza de promoción personal. Los que no alimentan ninguna esperanza, bien por ser marginados, o bien por ser viejos, pasan.

lunes, 8 de abril de 2013

Anatomía de un instante (36)


Tal vez Suárez no había leído a Maquiavelo, pero siguió a rajatabla su consejo, y en cuanto fue nombrado presidente del gobierno empezó a correr un sprint de golpes de efecto con tal rapidez y seguridad en sí mismo que nadie encontró razones, recursos o ánimos con que frenarlo: al día siguiente de su toma de posesión leyó un mensaje televisado en que, con un lenguaje, con un tono y unas formas de político incompatible con el andrajoso almidón del franquismo, prometía concordia y reconciliación a través de una democracia en la que los gobiernos fueran "el resultado de la voluntad de la mayoría de españoles", y al otro día formó con la ayuda de su vicepresidente Alfonso Osorio un gabinete jovencísimo compuesto por falangistas y por democristianos bien relacionados con la oposición democrática y con los poderes económicos; un día presentaba una declaración programática casi rupturista en la que el gobierno se compormetía a "la devolución de la soberanía al pueblo español" y anunciaba elecciones generales antes del 30 de junio del año próximo, al día siguiente reformaba por decreto el Código penal que impedía la legalización de los partidos y al día siguiente decretaba una amnistía para los delitos políticos; un día declaraba la cooficialidad de la lengua catalana proscrita hasta entonces y al día siguiente declaraba legal la proscrita bandera vasca; un día anunciaba una ley que autorizaba a derogar las Leyes Fundamentales del franquismo y al día siguiente conseguía que la aceptasen las Cortes franquistas y al día siguiente convocaba un referéndum para aprobarla y al día siguiente lo ganaba, un día suprimía por decreto el Movimiento nacional y al día siguiente ordenaba retirar de noche y a escondidas los símbolos falangistas de las fachadas de todos los edificios del Movimiento Nacional y al día siguiente legalizaba por sorpresa el partido comunista y al día siguiente convocaba las primeras elecciones libres en cuarenta años. Ésa fue su forma de proceder durante su primer gobierno de once meses. Tomaba una decisión inusitada y, cuando el país todavía intentaba asimilarla, tomaba otra decisión más inusitada, y luego otra más inusitada todavía, y luego otra más; improvisaba constantemente, arrastraba a los acontecimientos, pero también se dejaba arrastar por ellos, no daba tiempo para reaccionar, ni para urdir algo contra él, ni para advertir la disparidad entre lo que hacía y lo que decía, ni siquiera para asombrarse, o no más del que se daba a sí mismo: casi lo único que podían hacer sus adversarios era mantenerse en suspenso, intentar antender lo que hacía y tratar de no perder el paso.

Anatomía de un instante (35)


El 18 de febrero de 1981, cinco días antes del golpe de estado, el periódico El País publicó un editorial en el que comparaba a Adolfo Suárez con el general De la Rovere. Era otro cliché, o casi: en el pequeño Madrid del poder de principios de los ochenta -en ciertos círculos de la izquierda de ese pequeño Madrid- comparar a Suárez con el colaboracionista italiano del nazismo convertido en héroe de la resistencia que protagonizaba una vieja película de Roebrto Rossellini era casi tan común como mencionar el nombre del general Pavía cada vez que se mencionaba la amenaza de un golpe de estado. Pero, aunque hacía tres semanas que Suárez había dimitido de su cargo de presidente y este hecho tal vez invitaba a olvidar los errores y recordar los aciertos del hacedor de la democracia, el periódico no recurría a la comparación para ensalzar la figura de Suárez, sino para denigrarla. el editorial era durísimo. Se titulaba "Adiós, Suárez, adiós" y contenía no sólo reproches implacables a su pasividad como presidente en funciones, sino sobre todo una enmienda global de su gestión al frente del gobierno; el único mérito que parecía reconocerle consistía en haberse investido de la dignidad de un presidente democrático para frenar durante años a los restos del franquismo, "como un general De la Rovere convencido y transmutado en su papel de defensor de la democracia". pero acto seguido el periódico le regateaba a Suárez ese honor de consolación y lo acusaba de haberse rendido con su renuncia al chantaje de la derecha. "El general De la Rovere murió fusilado -concluía-, y Suárez se ha ido deprisa y corriendo, con un sinfín de amarguras y con muy pocas agallas".

Anatomía de un instante (34)



¿Qué es un político puro? ¿Es lo mismo un político puro que un gran político, o que un político excepcional? ¿Es lo mismo un político excepcional que un hombre excepcional, o que un hombre éticamente irreprochable, o que un hombre simplemente decente? Es muy probable que Adolfo Suárez fuera un hombre decente, pero no fue un hombre éticamente irreprochable, ni tampoco un hombre excepcional, o no al menos lo que suele considerarse un hombre excepcional; fue sin embargo, hechas las sumas y las restas, el político español más contundente y resolutivo del siglo pasado.
Hacia 1927 Ortega y Gasset intentó describir al político excepcional y acabó tal vez describiendo al político puro. Éste, para Ortega, no es un hombre éticamente irreprochable, ni tiene por qué serlo (Ortega considera insuficiente o mezquino juzgar éticamente al político: hay que juzgarlo políticamente); en su naturaleza conviven alguna cualidades que en abstracto suelen considerarse virtudes con otras que en abstracto suelen considerarse defectos, pero aquéllas no le son menos consustanciales que éstos. Enumero algunas virtudes: la inteligencia natural, el coraje, la serenidad, la garra, la astucia, la resistencia, la sanidad de los instintos, la capacidad de conciliar lo inconciliable. Enumero algunos defectos: la impulsividad, la inquietud constante, la falta de escrúpulos, el talento para el engaño, la vulgaridad o ausencia de refinamiento en sus ideas y sus gustos, también, la ausencia de vida inerior o de personalidad definida, lo que le convierte en un histrión camaleónico y un ser transparente cuyo secreto más recóndito consiste en que se carece de secreto. El político puro es lo contrario de un ideólogo, pero no es sólo un hombre de acción, tampoco es exactamente lo contrario de un intelectual: posee el entusiasmo del intelectual por el conocimiento, pero lo ha invertido por entero en detectar lo muerto en aquello que parece vivir y en afinar el ingrediente esencial y la primera virtud de su oficio: la intuición histórica.

Anatomía de un instante (33)


En todo caso, Suárez no ignoraba cómo usar su mano izquierda, pero no siempre consideraba que debiera usarla con los militares, y desde el mismo día en que se convirtió en presidente y sobre todo a medida que fue afianzándose en el cargo tendió a recordarles sin más sus obligaciones con órdenes o desplantes: por eso le gustaba bajarles los humos a los generales haciéndoles esperar a la puerta de su despacho y no vacilaba en encararse con cualquier militar que pusiera en entredicho su autoridad o le faltara al respeto (o le amenazara: en septiembre de 1976, durante una violentísima discusión en el despacho de Suárez, que acababa de aceptar o de exigir su dimisión como vicepresidente del gobierno, el general De Santiago le dijo: "Te recuerdo, presidente, que en este país ha habido más de un golpe de estado". "Y yo te recuerdo, general -le contestó Suárez-, que en este país sigue existiendo la pena de muerte"); por eso tuvo el valor de tomar decisiones vitales como la legalización del partido comunista sin contar con la aprobación del ejército y contra su parecer casi unánime; y por eso el anecdotario del 23 de febrero rebosa de ejemplos de su tajante negativa a dejarse amedrentar por los rebeldes o a ceder un solo centímetro de su poder de presidente del gobierno. Algunos de tales ejemplos son invencines de la hagiografía de Suárez, dos de ellos son sin duda ciertos. El primero ocurrió durante la madrugada del día 23, en el pequeño despacho cercano al hemiciclo donde Suárez fue reluido a solas tras su intento de parlamentar con los golpistas. Según el testimonio de los guardias civiles que lo custodiaban, en determinado momento irrumpió en el despacho el teniente coronel Tejero y sin mediar palabra sacó de su funda su pistola y le puso el cañón en el pecho, la respuesta de Suárez consistió en levantarse de su asiento y en formular por dos veces en la cara del oficial rebelde la misma orden taxativa: "¡Cuádrese!". La segunda anécdota ocurrió en la tarde del día 24, una vez fracasado el golpe, durante una reunión de la Junta de Defensa Nacional en la Zarzuela, bajo la presidencia del Rey; fue entonces cuando Suárez comprendió que Armada había sido el principal cabecilla del golpe y, tras escuchar las pruebas que inculpaban al antiguo secrtario del Rey, entre ellas la grabación de las conversaciones telefónicas de los ocupantes del Congreso, el presidente ordenó al general Gabeiras que lo arrestara en el acto. Gabeiras pareció dudar -era el superior inmediato de Armada en el Cuartel General del ejército, apenas se había separado de él en toda la noche y la medida debió de parecerle prematura y desproporcionada-; luego el general miró al Rey buscando una ratificación o un desmentido a la orden de Suárez, quien, porque sabía muy bien quién era el auténtico jefe del ejército, fulminó al general con dos frases furiosas: "No mire al Rey. Mireme a mí".