miércoles, 27 de marzo de 2013

Anatomía de un instante (32)


En el fondo Milans tenía razón (como la tenían los ultraderechistas y los ultraizquierdistas de la época): en la España de los años setenta la palabra reconciliación era un eufemismo de la palabra traición, porque no había reconciliación sin traición o por lo menos sin que algunos traicionasen. Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo lo hicieron más que nadie, y por eso muchas veces se oyeron llamar traidores. En cierto modo lo fueron: traicionaron su lealtad a un error para construir su lealtad a un acierto; traicionaron a los suyos para no traicionarse a sí mismos; traicionaron el pasado para no traicionar el presente. A veces sólo se puede ser leal al presente traicionando el pasado. A veces la traición es más difícil que la lealtad. A veces la lealtad es una forma de cobardía. A veces la lealtad es una forma de traición y la traición una forma de lealtad. Quizá no sabemos con exactitud lo que es la lealtad ni lo que es la traición. Tenemos una ética de la leltad, pero no tenemos una ética de la traición. El héroe de la retirada es un héroe de la traición.

Anatomía de un instante (31)


Se dice que cuando el presidente del consejo de Guerra que juzgaba a José Sanjurjo por el intento de golpe de estado de agosto de 1932 le preguntó al general quién respaldaba su intentona la respuesta del militar fue la siguiente: "Si hubiera triunfado, todo el mundo". Y usted el primero, señoría". Es mejor no engañarse: lo más probable es que, si hubiera triunfado, el golpe del 23 de febrero hubiese sido aplaudido por una parte apreciable de la ciudadanía, incluidos políticos, organizaciones y sectores sociales que lo condenaron una vez que fracasó; años después del 23 de febrero Leopoldo Calvo Sotelo lo dijo así. "Qué duda cabe que si hubiera triunfado Tejero y hubiera habido un golpe de Armada, pues a lo mejor la manifestación en su apoyo no hubiera sido de un millón de personas, como lo fue la del día 27 en Madrid en apoyo de la democracia aunque quizá hubiera sido de ochocientas mil gritando: ¡Viva Armada!". Esto es lo que esperaban los golpistas, y no era una esperanza infundada, que confiaran en la aprobación de la sociedad civil no significaba sin embargo, insisto, que estuviesen dirigidos por civiles: aunque la ultraderecha clamaba por un golpe de estado, el 23 de febrero no exisitió una trama civil tras la trama militar o, si existió, quien la urdió no fue sólo la ultraderecha, sino también toda una clase dirigente inmadura, temeraria y ofuscada que, en medio de la apatía de una sociedad desengañada de la democracia o del funcionamiento de la democracia tras las ilusiones del final de la dictadura, creó las condiciones propicias para el golpe. Pero esa trama civil no estaba detrás de la trama militar: estaba detrás y delante y alrededor de la trama militar. Esa trama civil no era la trama civil del golpe: era la placenta del golpe.

lunes, 25 de marzo de 2013

Fracaso

Ángel de la Fuente en El Periódico de Catalunya




La Generalitat ha hecho públicos hace unos días los desalentadores resultados de una prueba de competencias básicas para alumnos de sexto de primaria. Uno de cada cuatro niños catalanes termina el primer ciclo educativo sin haber adquirido las competencias básicas de lengua y matemáticas que le permitirían afrontar la educación secundaria con un mínimo de garantías de éxito. Las tasas de fracaso, además, son significativamente más elevadas entre los colectivos más desfavorecidos. El ascensor social que debería ser la escuela simplemente no funciona.
Esto confirma uno de los resultados clave de la investigación reciente en la economía de la educación: que tanto las causas como los remedios del fracaso escolar han de buscarse en los primeros años de vida. El aprendizaje es un proceso acumulativo que comienza muy pronto, en el que cada cosa tiene su tiempo y los inputs familiares son cruciales. Los niños que no adquieren en su momento las herramientas básicas para seguir aprendiendo van acumulando déficits de competencias que difícilmente tienen remedio más adelante.
La implicaciones son claras: tenemos que cogerlos a tiempo. Si queremos tener alguna posibilidad de compensar los efectos de las desigualdades socioeconómicas de origen, una escolarización muy temprana y de calidad es imprescindible. También lo son la detección precoz de los problemas de aprendizaje y su corrección mediante los adecuados programas de refuerzo en la educación infantil y primaria.
Después ya es demasiado tarde en la mayoría de los casos. De hecho, algunas de las medidas que se adoptan en secundaria para salvaguardar la igualdad de oportunidades no solo no funcionan sino que terminan empeorando las cosas. La principal es el itinerario único. Mantener juntos en una única aula hasta los 16 años a estudiantes con niveles de preparación y motivación y planes inmediatos muy distintos no ayuda demasiado a los más atrasados y suele traducirse en un menor nivel de exigencia. Seguramente no hace falta separar a los alumnos por centros, pero convendría al menos separarlos por aulas durante parte de la jornada.

jueves, 21 de marzo de 2013

Anatomía de un instante (30)


Después del golpe de estado la estrella política de Santiago Carrillo se eclipsó con rapidez. Había construido la democracia y se había jugado el tipo por ella en la tarde del 23 de febrero, pero la democracia había dejado de necesitarlo o ya no quería saber nada de él; su propio partido tampoco. A lo largo de 1981 el PCE continuó debatiéndose en la maraña de conflictos intestinos qque lo desgarraban desde que cuatro años atrás su secretario general anunciara el abandono de las esencias leninistas del partido; aferrado a su cargo y a su vieja y autoritaria concepción del poder, Carrillo trató de conservar la unidad de los comunistas bajo su mando a base de purgas, sanciones y expedientes disciplinarios. El resultado de este ensayo de catarsis fue lamentable: los expedientes, sanciones y purgas provocaron más purgas, más sanciones y más expedientes, y hacia el verano de 1982 el PCE era un partido en trance de desmoronarse, con menos de la mitad de los militantes con que contaba apenas cinco años atrás y con una presencia social cada vez más reducida y precaria, roto en tres pedazos -los prosoviéticos, los renovadores y los carrillistas- e irreconocible para quien hubiera pertenecido a él en la exuberancia clandestina del tardofranquismo, cuando era el primer partido de la oposición, o en el optimismo inical de la democracia, cuando aún parecía destinado a serlo. El propio Carrillo resultaba irreconocible: atrás había quedado el héroe de la defensa de Madrid, el mito de la lucha antifranquista, el líder internacionalmente respetado, el símbolo del nuevo comunismo europeo, el secretario general investido de la autoridad de un semidiós y el estratega capaz de convertir cualquier derrota en victoria, el fundador de la democracia a quien sus propios advesarios consideraban un estadista sólido, lúcido, pragmático, necesario; ahora era apenas el capitoste nervioso y a la defensiva de un partido tangencial, enzarzado en abstrusos debates ideológicos y en peleas internas donde la ambición se disfrazaba de pureza de principios y el rencor acumulado de anhelos de cambio, un político menguante con maneras de brontosaurio comunista y lenguaje avejentado de "aparatchik", perdido en un laberinto autofágico de paranoias conspirativas.

Anatomía de un instante (29)


Igual que sus compañeros, durante las primeras horas de encierro en el salón de los relojes Carrillo pensó que iba a morir. Pensó que debía prepararse para morir. Pensó que estaba preparado para morir y al mismo tiempo que no estaba peparado para morir. Temía al dolor. Temía que sus asesinos se rieran de él. Temía flaquear en el último instante. "No será nada -pensó, buscando coraje-. Será sólo un momento: te pondrán una pistola en la cabeza, dispararán y todo habrá terminado." Quizá porque no es la muerte sino la incertidumbre de la muerte lo que nos resulta intolerable, este último pensamiento lo sosegó; dos cosas más lo sosegaron: una era el orgullo de no haber obedecido la orden de los miliraes rebeldes permaneciendo en su escaño mientras la balas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo, la otra era que la muerte iba a librarlo del tormento al que lo estaban sometiendo sus compañeros de partido. "Qué tranquilo te vas a quedar -pensó-. Qué descanso no tener que tratar nunca más con tanto cabrón y tanto irresponsable. Qué descanso no tener que sonreírles nunca más." Apenas empezó a pensar que quizá no iba a morir regresó el desasosiego. No recordaba exactamente cuándo había ocurrido (tal vez cuando entró por la claraboya el ruido de unos aviones sobrevolando el Congreso; tal vez cuando Alfonso Guerra regresó del baño haciendo muecas de ánimo a escondidas; sin duda conforme pasaba el tiempo y no llegaban noticias de la autoridad militar anunciada por los golpistas); lo único que recordaba es que, una vez que hubo aceptado que podía no morir, su mente se convirtió en un remolino de conjeturas.

Anatomía de un instanste. (28)


Igual que ocurrió con Suárez, el inicio del declive de la carrera política de Carrillo se produjo en el momento exacto de su apogeo. En noviembre de 1977, durante su viaje triunfal por Estados Unidos, Carrillo anunció sin consultar a su partido que en su próximo congreso el PCE, abandonaría el leninismo. En el fondo, se trataba de la consecuencia lógica del desmontaje o demolición o socavamiento de los principios comunistas que había iniciado años antes -la consecuencia lógica del intento de realizar el oxímoron del comunismo democrático que denominaba eurocomunismo-, pero si meses atrás aceptar la monarquía y la bandera rojigualda había sido difícil para muchos, el brusco abandono del vector ideológico invariable del partido a lo largo de su historia todavía lo era más, porque suponía un viraje tan radical que colocaba en la práctica al PCE en el límite del socialismo (o de la socialdemocracia) y mostraba además que la democratización de puertas afuera no suponía su democratización de puertas adentro: el secretario general seguía dictando sin restricciones la política del PCE y gobernándolo de acuerdo con el llamado centralismo democrático, un método estaliniano que no tenía nada de democrático y lo tenía todo de centralista, porque se basaba en el poder omnímodo del secretario general, en la extrema jerarquización del aparato organizativo y en la obediencia acrítica de la militancia. Fue entonces cuando empezó a resquebrajarse a ojos vista la unanimidad del partido y cuando Carrillo advirtió con asombro que su autoridad empezaba a ser discutida por sus camaradas: unos -los llamados renovadores- rechazaban su individualismo y sus métodos autoritarios y exigían mayor democracia interna, mientras que otros -los llamados prosoviéticos- rechazaban su revisionismo ideológico y su enfrentamiento con la Unión Soviética y exigían el retorno a la ortodoxia comunista; tanto unos como otros criticaban su apoyo imperturbable al gobierno de Adolfo Suárez y su ambición imperturbable de coaligarse con él.

jueves, 14 de marzo de 2013

Anatomía de un instante (27)


No se produjo el golpe de estado, aunque el golpe del 23 de febrero empezó a fraguar entonces -porque los militares no le perdonaron a Suárez la legalización de los comunistas y a partir de aquel momento no dejaron de conspirar contra el presidente traidor-, pero el PCE sólo digirió con muchas dificultades tanto pragmatismo y tanta concesión arrancada con la amenaza del golpe de estado. Según las previsiones de Carrillo, el fruto de su prudencia pactista del último año y de medio siglo de monopolio del antifranquismo sería un triunfo electoral de millones de votos que convertiría a su partido en el segundo del país tras el partido de Suárez y los convertiría a él y a Suárez en los dos grandes protagonistas de la democracia, no fue así: igual que una momia que se deshace al ser exhumada, en las elecciones del 15 junio de 1977 el PCE apenas sobrepasó el nueve por ciento de los sufragios, menos de la mitad de los esperado y menos de la tercera parte de lo obtenido por el PSOE, que asumió por sorpresa el liderazgo de la izquierda porque supo absorber la cautela y el desencanto de muchos simpatizantes comunistas y también porque ofrecía una imgaen de juventud y modernidad frente a los envejecidos candidatos del PCE procedentes del exilio, la vieja guardia comunista que empezando por el propio Carrillo evocaba en los votantes el pasado espantable de la guerra y bloqueaba la renovación del partido con los jóvenes comunistas del interior. Aunque Carrillo nunca se sintió derrotado, Suárez había ganado de nuevo. Para el presidente del gobierno la legalización del PCE fue un éxito en toda regla, porque hizo creíble la democracia integrando en ella a los comunistas, atajó a quien consideraba su rival más peligroso en las urnas y consiguió un aliado duradero; para el secretario general de los comunistas no fue un fracaso, pero tampoco fue el éxito que esperaba: aunque la legalización del PCE aseguró que la reforma de Suárez era de verdad una ruptura sería una democracia verdadera, las cesiones obligadas por la forma en que se llevó a cabo, aabandonando los símbolos y diluyendo los postulados tradicionales de la organización, sirvieron para alejar el sueño de hacer del partido comunista el partido hegemónico de la izquierda. La respuesta del PCE a este fiasco electoral fue la que quizá cabía esperar de una organización marcada por una historia de asentimiento a los dictados del secretario general e imbuida de su inapelable misión histórica por una ideología en retirada. En vez de admitir sus errores a la luz de la realidad con el fin de corregirlos, atribuirle a la realidad sus propios errores. El partido se convenció (o más exactamente el secretario general convenció al partido) de que no había sido él sino los votantes quien se había equivocado.

Anatomía de un instante (26)


Ocurrió el sábado 9 de abril, a poco más de un mes de la reunión entre ambos líderes, en plena desbandada de Semana Santa y después de que Suárez, sabedor de que la opinión pública había cambiado velozmente en favor de la medida que se disponía a adoptar, buscara todavía protegerse conra la cólera previsible de los miltares y la ultraderecha con un dictamen jurídico de la Junta de Fiscales que abonaba la legalización, Carrillo también lo protegió, o hizo lo posible por protegerlo. Aconsejado por Suárez, el secretario general se había marchado de vacaciones a Cannes, donde la misma mañana del sábado supo por José Mario Armero que la legalización era inmediata y que Suárez le pedía dos cosas: la primera es que, para no irritar todavía más al ejército y a la ultraderecha, el partido celebrase sin estridencias el acontecimiento; la segunda es que, para evitar que el ejército y la ultraderecha pudieran acusar a Suárez de complicidad con los comunistas, una vez difundida la noticia Carrillo hiciese una declaración pública en la que criticase a Suárez o por lo menos se distanciase de él. Carrillo cumplió: los comunistas festejaron discretamente la noticia y su secretario general compareció ese mismo día ante la prensa para pronunciar unas palabras pactadas con el presidente del gobierno. "Yo no creo que el presidente Suárez sea un amigo de los comunistas -proclamó Carrillo-. Le considero más bien un anticomunsita, pero un anticomunista inteligente que ha comprendido que las ideas no se destruyen con represión e ilegalizaciones. Y que está dispuesto a enfrentar a las nuestras las suyas". No bastó. Durante los días posteriores a la legalización el golpe de estado parece inminente. Suárez vuelve a recurrir a Carrillo; carrillo vuelve a cumplir. Al mediodía del 14 de abril, mientras en un local de la calle Capitán Haya Santiago celebra el Comité Central del PCE su primera reunión ilegal en España desde la guerra civil, José María Armero convoca a Jaime Ballesteros, su contacto con los comunistas, en la cafetería de un hotel cercano. Ahora mismo la cabeza de Suárez no vale un duro, le dice Armero a Ballesteros. Los militares están a punto de levantarse. O nos echáis una mano o nos vamos todos a la mierda. Ballesteros habla con Carrillo y al día siguiente, durante la segunda jornada de la reunión del Comité Central, el secretario general interrumpe la sesión para lanzar un mensaje dramático. "Nos encontramos en la reunión más difícil que hayamos tenido hasta hoy desde la guerra -dice Carrillo en medio de un silencio glacial-. En estas horas, no digo en estos días, digo en estas horas, puede decidirse si se va hacia la democracia o si se entra en una involución gravísima que afectará no sólo al partido y a todas las fuerzas democráticas de oposición, sino también a los reformistas e institucionales...Creo que no dramatizo, digo en este minuto lo que hay." Acto seguido y sin embargo de que nadie reaccione, como si lo hubiera escrito él Carrillo lee un papel tal vez redactado por el presidente del gobierno que le ha entregado Armero a Ballesteros y que contiene la renuncia solemne y sin condiciones a algunos de los símbolos que han representado al partido desde sus orígenes y la aceptación de los que el ejército considera amenazados con su legalización: la bandera rojigualda, la unidad de la patria y la monarquía. Perplejos y temerosos, acostumbrados a obedecer sin rechistar a su primer mandatario, los miembros del Comité Central aprueban la revolución impuesta por Carrillo y el partido se apresura a dar la buena nueva en una conferencia de prensa en la que su equipo dirigente aparece recortado contra una asombrosa, descomunal e improvisada bandera monárquica.

Anatomía de un instante (25)


El vencedor fue Suárez, quien apenas concluyeron los apretones de manos y las bromas de presentación desarmó a Carrillo hablándole de su abuelo republicano, de su padre republicano, de los muertos republicanos de su familia de perdedores de la guerra, y luego lo remató con protestas de modestia y con elogios de su experiencia política y su categoría de estadista; derrotado, Carrillo prodigó palabras de comprensión, de realismo y de cautela destinadas a tratar una vez más de convencer a su interlocutor de que él y su partido no sólo no constituían un peligro para su proyecto de democracia, sino que con el tiempo se convertirían en su principal garantía de éxito. El resto de la entrevista estuvo consagrado a hablar de todo y a no comprometerse a nada salvo a continuar respaldándose mutuamente y a consultarse las decisiones de importancia, y cuando los dos hombres se separaron de madrugada ninguno de ellos albergaba ya la menor duda: ambos podían confiar en la lealtad del otro, ambos eran los dos únicos políticos reales del país; ambos, una vez legalizado el PCE, celebradas las elecciones e instaurada la democracia, acabarían llevando juntos las riendas del futuro.

Anatomía de un instante (24)


A fin de legalizar el PCE, Suárez necesita que el partido de Carrillo obligue al gobierno a aumentar al margen de tolerancia con los comunistas, que los vuelva cada vez más visibles, que les dé la carta de naturaleza en el país con el propósito de que la mayoría de los ciudadanos entienda que no sólo son inofensivos para la democracia futura, sino que la democracia futura no puede construirse si ellos. Esta progresiva legalización "de facto", que debía facilitar la legalización "de iure", adoptó la forma de un duelo entre el gobierno y los comunistas en el que ni los comunistas querían acabar con el gobierno ni el gobierno con los comunistas, y en el que ambos sabían con antelación (o por lo menos lo sospechaban o lo intuían) cuándo y dónde iba a golpear el adversario: los golpes de este falso duelo fueron golpes de efecto propagandísticos que incluyeron una huelga general que no consiguió paralizar al país pero sí poner en aprietos al gobierno, ventas masivas de "Mundo Obrero" por las calles de Madrid y masivos repartos de carnés del partido entre sus militantes, sendos reportajes de las televisiones francesa y sueca que mostraban a Carrillo circulando en coche por el centro de la capital, una sonada rueda de prensa clandestina en la que el secretario general del PCE -junto a Dolores Ibárruri, el mito por antonomasia de la resistencia antifranquista, demonizado e idealizado a partes iguales por gran parte del país- anunciaba entre palabras conciliadoras que se hallaba desde hacia meses en Madrid y que no pensaba marcharse, y por fin la detención policial del propio Carrillo, a quien ya en la cárcel el gobierno no podía expulsar del país sin infringir la legalidad y tampoco retener en ella en medio del escándalo nacional e internacional ocasionado por su captura, con lo que a los pocos días Carrillo en libertad convertido en ciudadano español de pleno derecho.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Contra Catalunya


A partir de hoy iré publicando esbozos de "Contra Catalunya", el libro que escribió Arcadi Espada en 1997.



Entre els Déus i Crist, Catalunya va estar representada políticament per un avi. Aquest avi. Tarradellas, era caparrut i va arribar exercint l´autoritat. Exigia faldilla a les dones i corbata als homes, reunia els presidents del Madrid i del Barça perquè firmessin una pau de sainet molt improbable i viatjava per Espanya en periples benintencionats que també van tenir un punt delirant i marxià: per descomptat, qui busqui material per la mofa al mapa tarradellista de superfície té moltes probabilitats de trobar-n´hi. Ja era un home molt vell. Però va ser el principal responsable que el prestigi de Catalunya a Espanya no disminuís durant els anys molt delicats de la transició; que durant la transició es mantingués la imatge antifranquista d´una Catalunya avançada, però solidària. Fins i tot des del punt de vista dels interessos del nacionalisme català més àrid, l´actitud de Tarradellas va ser positiva: va permetre que Espanya, sobretot l´Espanya civil, assistís confiada i amb les tradicionals aspiracions d´emulació a l´experiment inicial de l´autonomia catalana pròpiament dita. Òbviament, n´hi ha que no pensen d´aquesta manera. Gent com Josep Benet, que en va ser enemic acèrrim, opinaven -i encara opinen- que Catalunya, en aquells moments, feia por a Madrid, que hauria pogut aconseguir-ho tot. "Tot", diuen, i es queden tan amples. No cal dir que Jospe Benet -un home malaguanyat per la conspiració que ha estat la seva vida, però sobretot malaguanyat pel fruit finalment estèril d´aquesta conspiració- és el símbol d´aquells que son del tot incapaços de reconèixer que el treball de l´oposició antifranquista va ser un fracàs, a pesar que aquest fracàs no entela gens l´heroisme dels qui van patir. Un emblema, en fi, Benet, dels qui volen esborrar, potser perquè la troben poc heroica, aquesta sentència que el temps farà més i més inapel-lable: l´única decisió transcendental de la classe política antifranquista va ser acceptar el pacte de la transició.

Perdedores y fracasados

Yo no tengo nada contra los perdedores, si es que pierden defendiendo sinceramente lo que creen. Todo lo contrario. Me producen un gran respeto.
El tipo de personaje que no me merece ningún aprecio es el ambicioso que pone ne marcha planes sin principios para ascender hasta las más altas cimas, sin reparar en medios, y encima la pifia y se estrella. Ése es, para mí, el prototipo de fracasado.

Asumir el hecho nacional catalán

Recupero unas palabras de Heribert Barrera, las dijo en 1984, cuando ERC era un partido residual, pero marcaba una estrategia a seguir por el nacionalismo catalán:


"Todo el mundo tiene derecho a buscar trabajo allí donde lo haya, pero ha de respetar las reglas morales, sociales, políticas, culturales de ese lugar. Un inmigrante puede escoger el ser un trabajador de paso, que en un momento determinado vuelve a su tierra o un hombre que acabará fundiéndose son los demás miembros de la nueva comunidad, allí tendrá sus hijos, su nación, su trabajo, su vida. Es más. Yo ni siquiera soy dogmático en la cuestión lingüística. Me importa más que un inmigrante asuma el hecho nacional catalán que el idioma que utilice para entenderlo o expresarlo".

Sólo nos queda la lengua

Boadella se define


"No soy un catalán en Madrid, sino un español que nació en Catalunya".

Conocimiento



lo vimos así y lo dijimos con tanta claridad que, luego, cuando pasó lo que pasó, hubo quienes nos consideraron profetas. Pero lo nuestro no eran profecías, sino conocimiento.

Castellano fácil


Carta de una lectora de El Periódico de Catalunya.

"Aprobado seguro", "imposible de fallar", "un auténtico regalo", "más fácil que el de catalán", era lo que se oía a la salida del examen de castellano de la selectividad en Barcelona. Como todos los años, en Catalunya el nivel de exigencia de la prueba de castellano ha sido mínimo. Y dentro de unos días, también como todos los años, la Generalitat enseñará las notas de castellano, artificialmente elevadas gracias al fácil carácter que le dan intencionadamente al examen con el fin de poder decir luego que no son necesarias más horas de castellano en las escuelas. ¿A quién pretenden engañar?


Victoria B. Martín
Barcelona

Ku Klux Klan


Si los catalanistas fueran negros votarían al Ku Klux Klan.