martes, 20 de julio de 2010

Anatomía de un instante. (5)


Igual que el gesto de Adolfo Suárez permaneciendo sentado en su escaño mientras las balas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo, el gesto del general Gutiérrez Mellado enfrentándose furiosamente a los militares golpistas es un gesto de coraje, un gesto de gracia, un gesto de rebeldía, un gesto soberano de libertad. Tal vez sea también, por así decir, un gesto póstumo, el gesto de un hombre que sabe que va a morir o que ya está muerto, porque, con la excepción de Adolfo Suárez, desde el inicio de la democracia nadie había acaparado tanto odio militar como el general Gutiérrez Mellado, quien apenas se desató el tiroteo quizá sintió como casi todos los presentes que sólo podía saldarse con una masacre y que, suponiendo que él la sobreviviera, los golpistas no tardarían en eliminarlo. No creo que sea, en cambio, un gesto histriónico: aunque desde hacía cinco años ejerciese la política, el general Gutiérrez Mellado nunca fue esencialmente un político; fue siempre un militar, y por eso, porque siempre fue un militar, su gesto de aquella tarde fue también de algún modo un gesto lógico, obligado casi fatal: Gutiérrez Mellado era el único militar presente en el hemiciclo y, como cualquier militar, llevaba en los genes el imperativo de la disciplina y no podía tolerar que unos militares se insubordinaran contra él. No anoto esto último para rebajar el mérito del general: lo hago sólo para tratar de precisar el significado del gesto.

Anatomía de un instante. (4)


Eso fue todo. O eso es todo lo que sabemos, porque en aquella época los dirigentes del PSOE discutieron a menudo el papel que el ejército podía desempeñar en situaciones de emergencia como la que según ellos atravesaba el país, lo que no dejaba de ser una forma de señalizar la pista de aterrizaje de la intervención militar. En todo caso, la larga charla de sobremesa entre Enrique Múgica y el general Armada y una buena coartada para que en los meses previos al golpe el antiguo secretario del Rey insinuara o declarara aquí y allá que los socialistas participarían de grado en un gobierno unitario presidido por él o incluso que le estaban animando a formarlo, y para que en la misma noche del 23 de febrero, agitando de nuevo la banderola de la aquiescencia del PSOE, tratara de imponer por la fuerza ese gobierno. Todo esto no significa desde luego que durante el otoño y el invierno de 1980 los socialistas conspiraran en favor de un golpe militar contra la democracia; significa sólo que una fuerte dosis de aturullamiento irresponsable provocada por la comezón del poder les llevó a apurar hasta lo temerario el asedio al presidente legítimo del país y que, creyendo maniobrar contra Adolfo Suárez acabaron maniobrando sin saberlo en favor de los enemigos de la democracia.

jueves, 18 de marzo de 2010

Anatomía de un instante. (3)


El gesto más obvio que contiene el gesto de Suárez es un gesto de coraje; un coraje notable: quienes vivieron aquel instante en el Congreso recuerdan con unanimidad el estruendo apocalítptico de las ráfagas de subfusil en el espacio clausurado del hemiciclo, el pánico a una muerte inmediata, la certidumbre de que aquel Armagedón -como lo describe Alfonso Guerra, número dos socialista, que se hallaba sentado frente a Suárez- no podía saldarse sin una escabechina, que es la misma certidumbre que abrumó a los técnicos y directivos de televisión que vieron la escena en directo desde los estudios de Prado del Rey. Aquel día llenaban el hemiciclo alrededor de trescientos cincuenta parlamentarios, algunos de los cuales -Simón Sámchez Montero, por ejemplo, o Gregorio López Raimundo- habían demostrado su valor en la clandestinidad y en las cárceles del franquismo; no sé si hay mucho que reprocharles: se mire por donde se mire, permanecer sentado en medio de la refriega constituía una temeridad lindante con el deseo de martirio. En tiempo de guerra, en el calor irreflexivo del combate, no es una temeridad insólita, sí lo es en tiempo de paz y en el tedio solemne y consuetidinario de una sesión parlamentaria. Añadiré que, a juzgar por las imágenes, la de Suárez no es una temeridad dictada por el instinto sino por la razón: al sonar el primer disparo Suárez está de pie; al sonar el segundo intenta devolver a su escaño al general Guitiérrez Mellado; al sonar el tercero y desatarse el tiroteo se sienta, se arrellana en su escaño y se recuesta en el respaldo aguardando que termine el tiroteo, o que una bala lo mate. Es un gesto moroso, reflexivo, parece un gesto ensayado, y quizá en cierto modo lo fue: quienes frecuentaron a Suárez en aquella época aseguran que llevaba mucho tiempo tratando de prepararse para un final violento, como si una oscura premonición lo acosase (desde hacía varios meses cargaba con una pequeña pistola en el bolsillo; durante el otoño y el invierno anteriores más de un visitante de la Moncloa le oyó decir: De aquí sólo van a sacarme ganándome en unas elecciones o con los pies por delante); puede ser, pero en cualquier caso no es fácil prepararse para una muerte así, y sobre todo no es fácil no flaquear cuando llega el momento.

domingo, 21 de febrero de 2010

Anatomía de un instante. (2)


A finales de 1989, cuando la carrera política de Adolfo Suárez tocaba a su fin, Hans Magnus Enzemberg celebró en un ensayo el nacimiento de una nueva clase de héroes: los héroes de la retirada. Según Enzemberg, frente al héroe clásico, que es el héroe del triunfo y la conquista, las dictaduras del siglo XX han alumbrado el héroe moderno, que es el héroe de la renuncia, el derribo y el desmontaje: el primero es un idealista de principios nítidos e inamovibles; el segundo, un dudoso profesional del apaño y la negociación, el primero alcanza su plenitud imponiendo sus posiciones, el segundo, abandonándolas, socavándose a sí mismo. Por eso el héroe de la retirada no es sólo un héroe político: también es un héroe moral. Tres ejemplos de esta figura novísima aducía Enzensberger: uno era Mijaíl Gorbachov, que por aquellas fechas trataba de desmontar la Unión Soviética; otro, Wojciech Jaruzelski, que en 1981 había impedido la invasión soviética de Polonia; otro, Adolfo Suárez, que había desmontado el fraquismo.

viernes, 5 de febrero de 2010

Anatomía de un instante

A partir de hoy os iré poniendo esbozos de "Anatomía de un instante", el último libro de Javier Cercas con el 23-F de protagonista.



¿Cómo se me ocurrió escribir una ficción sobre el 23 de febrero? ¿Cómo se me ocurrió escribir una novela sobre una neurosis, sobre una paranoia, sobre una novela colectiva?
No hay novelista que no haya experimentado alguna vez la sensación presuntuosa de que la realidad le está reclamando una novela, de que no es él quien busca una novela, sino una novela quien lo está buscando a él. Yo la experimenté el 23 de febrero del 2006. Poco antes de esa fecha un diario italiano me había pedido que contara en un artículo mis recuerdos del golpe de estado. Accedí; escribí un artículo donde conté tres cosas: la primera es que yo había sido un héroe; la segunda es que yo no había sido un héroe; la tercera es que nadie había sido un héroe. Yo había sido un héroe porque aquella tarde, después de enterarme por mi madre de que un grupo de guardias civiles había interrumpido con las armas la sesión de investidura del nuevo presidente del gobierno, había salido de estampida hacia la universidad con la imaginación de mis dieciocho años hirviendo de escenas revolucionarias de una ciudad en armas, alborotada de manifestantes contrarios al golpe y erizada de barricadas en cada esquina; yo no había sido un héroe porque la verdad es que no había salido de estampida hacia la universidad con el propósito intrépido de sumarme a la defensa de la democracia frente a los militares rebeldes, sino con el propósito libidinoso de localizar a una compañera de curso de la que estaba enamorado como un verraco y tal vez de aprovechar aquellas horas románticas o que a mí me parecían románticas para conquistarla; nadie había sido un héroe porque, cuando aquella tarde llegué a la universidad, no encontré a nadie en ella excepto a mi compañera y a dos estudiantes más, tan mansos como desorientados. Nadie en la universidad donde estudiaba -ni en aquella ni en ninguna otra universidad- hizo el más mínimo gesto de oponerse al golpe; nadie en la ciudad donde vivía -ni en aquella ni en ninguna otra ciudad- se echó a la calle para enfrentarse a los militares rebeldes: salvo un puñado de personas que demostraron estar dispuestas a jugarse el tipo por defender la democracia, el país entero se metió en su casa a esperar que el golpe fracasase. O que triunfase.

jueves, 4 de febrero de 2010

Ciclismo


Jon Juaristi en ABC


EL viceconsejero de Interior del Gobierno vasco cuantifica en un millar largo los hechos disruptivos protagonizados por la izquierda abertzale en lo que llevamos de fiestas veraniegas. Como faltan unas cuantas antes de cerrar el ciclo, es posible que la cifra final sufra incrementos.
«Creemos dos, mil, muchos Vietnam», predicaba el Che Guevara antes de que los soldaditos bolivianos cortaran por la brava su aventura equinoccial y andina. Pues bien, los datos ofrecidos por el viceconsejero no son para tomarlos a choteo, pero tampoco conviene exagerar su importancia. Los sanantolines de Plencia, por poner un ejemplo, no dan ni para media ofensiva del Teth. Si acaso, se prestan a desagradables estropicios en el mobilario urbano. En cuanto a la desaforada actividad de la horda, la explica muy bien un viejo chiste vasco. El del aldeano que, reo de poligamia, desplegaba con racial laconismo su sistema ante un juez intrigado por el hecho de que se hubiera arreglado estupendamente con catorce esposas repartidas por diversos concejos del Duranguesado: «La bisicleta, pues». En la Bilbao de mis mocedades circulaba una variante en clave nacionalista. Durante un recorrido clandestino por las provincias vascas a finales de los cuarenta, unos parlamentarios ingleses, invitados por el entonces ilegal y perseguido PNV, pudieron ver en las cumbres de todos y cada uno de los montes de Euskadi, como si del toro de Osborne se tratara, la silueta de un gudari que los saludaba marcialmente, con las armas en perfecto estado de revista. La proeza se atribuye, incluso hoy mismo, a un solo militante del partido, el legendario Rezola, que pudo llevarla a cabo sin otro equipo que una bicicleta y una escopeta damasquinada, ambas de factura eibarresa.
Las dos historias gozaron de verosimilitud en tiempos ya lejanos, cuando una sana dieta a base de lentejas, alubia pinta y sidra de Hernani lograba producir esforzados ciclistas de cepa rural que coronaban los puertos sobre primitivas bicicletas con llantas de esparto. Ahora, y aunque las bicicletas son para el verano, nadie se atreve a usarlas en las carreteras vascongadas, atestadas de borrachos durante toda la temporada vacacional. Sin embargo, no es un misterio que las escuadras abertzales parezcan ubicuas. El territorio a cubrir es reducido, y los radicales cuentan con los abundantes recursos que la posmodernidad pone a su alcance, tales como autobuses climatizados, telefonillos celulares con tarifa plana y, sobre todo, calimocho barato, un brebaje a base de cocacola y vino tinto que constituye el principal fundamento de la cultura popular vasca del siglo veintiuno.
Pero, como la ubicuidad no es un don que se les haya concedido, los abertzales necesitan meter muchas horas extraordinarias para fingir que las cosas siguen igual que antes. En vano. El ciclo, ya que hablamos de ciclismo, ha cambiado. El nacionalismo ha perdido la iniciativa. Medio fascinados y medio aturdidos, los vascos en general y los nacionalistas vascos, en particular, se hallan exclusivamente atentos a los movimientos del gobierno de Pachi y su mariachi, pendientes de cada nueva trastada que el lehendakari socialista vaya a sacarse de la manga para desmantelar el contubernio hasta ayer dominante. La banda y sus adictos no innovan. Siguen con sus inveteradas bestalidades. El gobierno vasco debe aprovechar la ventaja que le da su creatividad. El anuncio, por ejemplo, de que va a prohibir, en las fiestas del verano que viene, todos los chiringuitos de las comparsas favorables a ETA, no es gran cosa, pero ha bastado para despertar en el personal ansiedades de bolero.

viernes, 29 de enero de 2010

Ética de los toros

Javier Cercas


Las líneas que siguen sólo aspiran a ser una contribución a la campaña en contra de que se supriman en Cataluña las corridas de toros, amenazadas de muerte desde que el 18 de diciembre pasado el Parlament admitió a trámite una iniciativa que propone terminar con ellas. Antes que nada advertiré que no soy aficionado a los toros y que lo único que sé de la fiesta se lo debo a mi padre, veterinario y taurino; a los tres o cuatro libros que he leído sobre el tema y a las tres corridas que he presenciado en directo. También diré que no entiendo que la línea principal de defensa de los taurinos ante la amenaza a la fiesta haya sido la apelación a la libertad y que tantos de ellos hayan proclamado: "Yo no soy partidario de prohibir nada"; vaya, pues yo sí: desde el asesinato hasta el fraude fiscal, se me ocurren muchísimas cosas que prohibir, porque la civilización consiste antes en prohibir que en tolerar, y no creo que la existencia de las corridas tenga mucho que ver con la libertad. Última advertencia: en los días previos a la admisión a trámite de la moción antitaurina me sorprendió la escasa beligerancia de los aficionados en favor de los toros. Hay quien ha explicado esa mansedumbre por el miedo que tendríamos los catalanes a enfrentarnos al nacionalismo catalán, una parte del cual ha hecho bandera de la abolición de los toros en su afán por extirpar de Cataluña cualquier rastro de cultura española; el argumento es endeble: la verdad es que el nacionalismo catalán da tanto miedo como la bruja del tren de la bruja; también es contradictorio, sobre todo cuando quienes lo esgrimen recuerdan con razón la catalanidad de la fiesta, una catalanidad que, aunque la nieguen los ignorantes, fue respaldada en el Parlament por todos los partidos, incluidos los nacionalistas. En un artículo imprescindible (La última corrida, El país, 2-5-2004), Vargas Llosa propone una razón más convincente para la habitual pasividad de los taurinos ante las amenazas a la lidia: una mala conciencia que se explica porque "nadie que no sea un obtuso o un fanático puede negar que la fiesta de los toros" es un espectáculo "impregnado de violencia y crueldad".

miércoles, 27 de enero de 2010

La tierra será el paraíso


Joaquín Leguina en La Gaceta.

Leo con atención en un suplemento dominical una larga entrevista con la vicepresidenta segunda y ministra de Economía, Elena Salgado, por ver si me ilumina en mi intento por aclarar el misterio que para mí sigue representando la ideología que alumbra el pensamiento del zapaterismo. La señora Salgado describe la España del año 2020, una vez superada la crisis gracias, claro está, a los efectos milagrosos que traerá consigo la aplicación de la consabida Ley de Economía Sostenible. Una España –nos dice la vicepresidenta– que “tendrá planteamientos éticos más consolidados, donde habrá una ayuda al desarrollo fuerte, solidaria….

Una España más cohesionada, más social, con una educación igualitaria y, por supuesto, de mejor calidad. Una España más emprendedora, menos acomodaticia, con más movilidad en el trabajo. Más flexible, más abierta, produciendo más bienes renovables. No habrá un solo proyecto de vida. Las relaciones serán más ricas”. Y concluye: “A partir de ahora no podemos pensar sólo en nosotros mismos. Hay que pensar en la madre Tierra, en las generaciones futuras. Por eso creo que seremos menos individualistas…” Y todo gracias a esa ley que, según Salgado, “es una ley ética, llena de valores”.

Este discurso, como otros muchos de parecido cariz, me llevan a formular una primera conclusión: el socialismo de ZP ha abandonado la política y se ha subido al púlpito. A lo que se ve, el zapaterismo piensa que la política no sirve para cambiar las cosas, que éstas sólo mejorarán si previamente se transforman las conciencias: la ética y los valores.

Este discurso blandengue tiene en la España de hoy unos efectos tan inocuos como el de un placebo, pero sirve para colocarse en el lado de la buena conciencia. “Somos el Bien y ellos son el Mal”. Mas tengo para mí que esta vez no va a colar esa película de buenos y malos. Las costuras se han hecho ya demasiado visibles.

domingo, 24 de enero de 2010

Un compendio de errores y engaños


Gregorio Peces-Barba en El País.



En nuestra vida política hay sin duda muchos aciertos. En el Gobierno, señalaría la política social, el apoyo a los más débiles y la política internacional, con una creciente presencia de nuestro país y del presidente en el exterior. Sin duda es una obra colectiva, pero con un protagonismo especial de la política discreta y paciente del ministro Moratinos. En el Partido Popular ha sido un indudable acierto su apoyo generoso y abierto para favorecer la existencia del Gobierno constitucionalista de Patxi López. Junto a esas valoraciones positivas como ejemplo de lo bueno de la política española, hay errores y engaños que ensombrecen y debilitan las buenas actuaciones.

La preferencia de Zapatero por la juventud frente a la experiencia ha podido propiciar estos lodos

Si empezamos por un elenco de esos posibles fallos, podríamos enumerar algunos muy significativos y relevantes. Empiezo por el desprecio a la legalidad de grupos políticos catalanes, excepto el PP, que amenazan y desautorizan a priori el resultado que produzca la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la reforma del Estatuto de Cataluña, demostrando una inmadurez, una ignorancia, una falta de rigor e incluso una tendencia a la prevaricación que les descalifica. Su desprecio al Alto Tribunal es un desprecio a las reglas del juego limpio, e ignorancia y mala fe sobre nuestro sistema constitucional. Beneficiarse de él cuando creen que favorece y descalificarlo cuando creen que perjudica es mezquino y expresa una falta de rigor y de grandeza.

Del lado del PP es insólita su huida hacia delante lanzando improperios y acusaciones gravísimas e infundadas, porque no aparece intención de probarlas ni de presentar pruebas que las fundamenten. Es un gratuito "¡Viva Cartagena!" que convierte a sus dirigentes en lanzadores de palabras sin sentido, al usar el lenguaje más allá de los límites en los que es significativo. Wittgenstein, en sus Philosophical Investigations, identificará certeramente esos comportamientos en los que el lenguaje "se va de vacaciones y empieza a operar locamente, como una turbina que girase en el aire fuera de sus engranajes".

Así veo intervenciones como las de la señora Cospedal y el señor Arenas y, lo que es más grave, ratificadas por el señor Rajoy. Lanzar "la lengua a paseo" es irresponsable: expresa una categoría ínfima y poca grandeza. Es la patología del "fiat iustitia et pereat mundus", es no valorar las consecuencias ni los daños que producen esos catastrofismos proféticos fuera de cualquier racionalidad. No irán muy lejos por ese camino ni contribuirán a ocultar los numerosos casos de corrupción que les afectan.

En el debe de los socialistas están, a mi juicio, unas valoraciones muy desacertadas e inexactas del ministro de Justicia, que me gustaría atribuir más a despiste que a ignorancia, casi imposible en un profesor de Derecho Constitucional como Francisco Caamaño. Me sorprendió que dijera, en declaraciones veraniegas a la prensa, que la no participación de médicos u otros facultativos en la realización de interrupciones voluntarias del embarazo, no podía ser objeción de conciencia sino desobediencia civil, y que el reconocimiento de una objeción de conciencia sólo puede provenir de la Constitución o de la ley, supongo que se refería a ley orgánica.

Reconozco que me desconcertaron afirmaciones tan categóricas y al tiempo tan faltas de fundamento. No puede desconocer que en la despenalización del aborto vigente (por la aprobación de un nuevo artículo bis del Código Penal) no la ley, pero sí el último fundamento jurídico de la sentencia que resolvió el recurso de 50 parlamentarios del PP, reconoció la objeción de conciencia de médicos y otros sanitarios que se negasen a intervenir en el proceso. Esta excusa para no obedecer una obligación general está vigente y se aplica con normalidad. Igualmente sorprendente fue la afirmación de que sólo la Constitución y la ley podían crear la objeción de conciencia, cuando hemos visto que el mismo caso desmiente su afirmación y señala una laguna, producto de un olvido o de un desconocimiento.

En ambos casos me inquieta la situación, que extiendo a otros problemas referentes al mismo proyecto. Por un lado me gustaría que no se consumase el error de evitar la consulta (no la autorización) a los padres, que ayudaría a impedir tensiones e incomunicaciones familiares innecesarias. Por otro lado, si el desconocimiento de la sentencia señalada es más general, me inquieta que en ella se reconocieran derechos al nasciturus y que no se haya pensado en solucionar el tema en una ley de plazos, donde en el periodo general de autorización para interrumpir el embarazo quedarían en suspenso y sin efecto los "derechos del nasciturus".

Además, parece que el ministro de Justicia, en su anterior condición, negoció la reforma del Estatuto Catalán, aunque bajo el criterio presidencial de que "lo que aprobéis en Cataluña lo aprobaremos en Madrid". Como este tema tiene sus claroscuros y sus interpretaciones pluriformes, quizás debieron cuidarse más los temas de constitucionalidad en origen, para evitar que quede mucho tajo para el Tribunal Constitucional.

En la preferencia del presidente del Gobierno de la juventud sobre la experiencia, está quizás el error más de fondo que ha podido propiciar estos lodos. Exilios externos como los de Jáuregui o López Aguilar, o internos como el de Jesús Quijano o Caldera, tienen sin duda mucho que ver con la bisoñez con la que se toman algunas decisiones.

sábado, 23 de enero de 2010

La escuela no hace cambiar de lengua


Jesús Royo en La Voz Libre.


Muchos de los actuales planificadores lingüísticos, agentes normalizadores o simples profesores entienden que, en el fondo, de lo que se trata es de eliminar el castellano de Cataluña. Lo que hay que hacer es una sustitución lingüística en toda regla. Primero hay que adoptar el catalán como lengua pública, escolar y laboral. Después se presionará para que los padres eduquen a los hijos en catalán: para evitarles el trauma de la entrada en la escuela y la marginación en el trabajo. Piensan que dentro de cuarenta años en Cataluña el castellano será sólo la lengua de los abuelos.

Pues bien, eso es ilegal. Incluso el decreto más duro de la inmersión en la escuela dice textualmente que la inmersión no es un programa de sustitución: no pretende sustituir la lengua materna, sino facilitar el aprendizaje del catalán como segunda lengua. Y también se dice explícitamente que ha de ser voluntaria: no se puede imponer. Nada que se parezca a la práctica habitual en las escuelas.

Pero hay que decir también que atacar al castellano es inútil, estéril e incluso contraproducente. La escuela no hace cambiar de lengua. La mejor demostración es nuestra propia experiencia: el catalán ha resistido como lengua popular sin acceso a la escuela. Pensar que el castellano no resistirá las imposiciones y las inmersiones es sencillamente soñar despiertos, delirios de visionarios.

O sea, desengañaos. El castellano en Cataluña no es coyuntural, una situación transitoria y a extinguir. Es para siempre. Y tómatelo como quieras, compañero.

lunes, 18 de enero de 2010

Cataluña o "la barra libre"


La opinión de Manuel Trallero.



La sensación, ampliamente extendida de que en Cataluña vale todo, incluso la amenaza —nada velada— de un enfrentamiento civil llega nada menos que por boca del presidente del Parlament, el señor Ernest Benach, el mismo que está en el palco del Barça escuchando por radio otro partido de futbol, cuando el mismo señor afirma que si el Tribunal Constitucional plantea una reinterpretación del Estatut creará un gravísimo conflicto. Un conflicto que puede acabar con una crisis de Estado muy importante. ¿Se referirá acaso a una sublevación, a una guerra civil? ¿Piensa enviar a los Mossos d´Esquadra a ocupar Madrid? Habría que empezar a llamar a las cosas por su nombre y dejarse de eufemismos.
El señor Bernat Joan, secretario de Política Lingüística de la Generalitat de Catalunya ha afirmado, según informa e-noticies “Jo no faré cap canvi en la política lingüística digui el que digui el TC”. Estupendo. A partir de ahora los ciudadanos nos pasaremos las leyes y las decisiones de los tribunales por la entrepierna. No respetaremos los límites de velocidad en la carretera, dejaremos pagar impuestos, la violencia de género podrá practicarse libremente… y así sucesivamente. Porque si la sentencia de Tribunal Constitucional no es vinculante, ¿por qué tiene que serlo el Código Penal o las sentencias de los restantes tribunales… españoles? Esto, Cataluña, va a ser Jauja.

miércoles, 13 de enero de 2010

El liderazgo de los intelectuales


Juan-José López Burniol en El Periódico de Catalunya.


Tras la revolución liberal, con el acceso de la burguesía al protagonismo histórico, y, sobre todo, desde la revolución democrática, con la asunción de este protagonismo por todo el pueblo, los intelectuales han desempeñado un papel fundamental en la vida política, como intermediarios imprescindibles para la conversión de las grandes ideas en ideologías susceptibles de ser consumidas por las masas. De ahí que su presencia haya sido obligada y su intervención, decisiva, máxime si se tiene en cuenta que los grandes cambios siempre se desencadenan por la fuerza de una idea.
Pero, pese a la trascendencia de su rol, los intelectuales no pasan de constituir la intendencia ideológica de una sociedad, por lo que es signo de mala salud política que estos mismos intelectuales intenten asumir el liderazgo social. Lo que sucede en situaciones de fuerte atonía política, como es el caso de España –y Catalunya– en los días que corren, pero sin que esta atonía justifique la primacía de los intelectuales, ya que siguen siendo válidas las palabras que François Guizot escribió hace siglo y medio: «La excesiva confianza en la inteligencia humana, en el orgullo humano, en el orgullo del espíritu (…) ha sido la enfermedad de nuestro tiempo, la causa de una gran parte de nuestros errores y de nuestros males».
Es cierto que, de nuestros políticos, unos mienten, otros callan y otros solo sacan pecho, pero –pese a todo– están sujetos a una última exigencia de responsabilidad que hace que esta prevalezca sobre su convicción. En cambio, el intelectual que, transido de soberbia, pretende sustituirlos, es capaz de romper cualquier cosa para que prevalezca su idea. Por eso no hay que fiarse sin más de los intelectuales, aunque se adornen con artes de la más elaborada seducción populista o adopten las formas de la más severa superioridad moral. Que digan cuanto tengan que decir, pero sin eludir la más rigurosa de las críticas, efectuada desde la perspectiva a la que ellos –en su olímpico desdén por los hechos– suelen ser más refractarios: la crítica por razón de intereses. No se engañen: ellos también van a lo suyo.

martes, 12 de enero de 2010

El que se mueve no sale en la foto



Más tarde se dio cuenta de que no había ni cámara ni fotógrafo y por lo tanto posibilidad de foto alguna. Creo que se arrepintió de no haberse movido antes.

viernes, 8 de enero de 2010

Bochorno

Enrique Calvet en Expansión



Desde luego, estamos en tiempo de bochorno, y no solamente, ¡ay!, por el que provocan las gotas de sudor que salpican mi teclado. Yo creo que somos muchísimos los españoles, tal vez todos, los que entendemos que atravesamos un periodo difícil, de general empobrecimiento, que nos requiere un plus de solidaridad y un esfuerzo para proporcionar una mínima ayuda a los más desfavorecidos, por ejemplo a los que se han quedado largamente sin renta en el peor mercado de trabajo de Europa (excluida Letonia).


Ello entra dentro del concepto del modelo social europeo que, en mi opinión, es un gran factor de cohesión, dignidad y calidad humana que debemos defender. Se podrá debatir la cuantía sostenible (¿420euros?), la temporalidad, la eficiencia en la aplicación, el equilibrio con la financiación de las indispensables medidas estructurales que nunca se toman...Pero la medida es socialmente deseable.

Lo que es imperdonable y corrosivo es convertir esa medida, una vez más, en un monumento a la improvisación, la chapuza, el sectarismo y la confusión demagógica.. No nos lo merecemos. Los parados menos. Una acción que es la plasmación de un importante acto de solidaridad social, a la vez que una señal de alarma muy seria sobre la gravedad de la situación y los problemas estructurales que padecemos, merece todo respeto y todo rigor, en su gestación, en su presentación y en su implementación. Justo lo contrario.

Del diseño de la medida sabemos muy poco, o nada, de lo que realmente importa: ¿Por qué 420 euros? ¿Por qué equis meses o equis fecha? ¿Qué cálculos y previsiones hay detrás? Y otros interrogantes técnicos de crucial importancia.

La presentación fue bochornosa, consistiendo en una soflama de gran autobombo político que escondía las verdades, ministros que se contradecían y desaparecían, otros pidiendo perdón, en fin, el desbarajuste frívolo con su inevitable efecto de confusión y frustración para los potenciales afectados. Del bochorno de la implementación, para qué hablar, desde los funcionarios desinformados y sin formularios hasta el destructivo cáncer permanente español de la obstaculización de las autonomías, todo un disparate.

El colofón viene cuando a los dos días de aplicar una decisión de gobierno largamente anunciado y preparado, el Presidente se muestra presto a cambiarla. Sin duda las encuestas, auténticos motores de la acción política del gobierno junto a las exigencias de los aliados separatistas, habrán dado la voz de alarma. Pero ¿dónde quedan, la seriedad, la competencia, el rigor, la credibilidad, la responsabilidad, el respeto? Elementos básicos para una nación próspera, que se pierden muy pronto y tardan muchísimo en recuperarse.

El papel de los sindicatos
Nos ayudará a comprender la raíz de porque se actúa tan irresponsablemente, la estrategia del gobierno a la hora de buscar su válvula de escape: los sindicatos.

Soy de los que no participan en absoluto del discurso que tiende a denostar a los sindicatos y a considerarlos como un vestigio o un obstáculo. Antes al contrario, creo que son una institución fundamental que puede y debe ayudar a catapultar la prosperidad y la cohesión de una nación. Pero, para ello, deben cumplir su función, de lo que han demostrado ser muy capaces, y no otras.

Si ya fue torticero el introducir ese tema en el llamado diálogo social, cuando no tenía nada que ver con lo que debían negociar patronal y sindicatos, peor es que el Gobierno intente ahora hacer co-responsables o cómplices a los sindicatos de sus torpezas e ineficiencias. Los sindicatos sabrán si se prestan. Pero, haciendo muy bien el Gobierno en consultar a quién le parezca (¡pero antes de tomar la medida!) igual podría consultar al colegio de economistas, al mundo universitario o a Cáritas, que sin duda darían buenos consejos. Y si lo que quiere es un amplio acuerdo social global con alta apoyatura técnica por parte de la sociedad civil, para eso tiene el Consejo Económico y Social, como en Bruselas. Pero ahí está el quid de la cuestión.

El Gobierno no tiene la mira puesta en paliar las deficiencias y desigualdades de nuestra sociedad, está en su campaña de clientelismo populista y de imagen. Y entonces surgen la idea feliz, la presentación sectaria, el vaivén según encuestas, las filípicas contra el ogro fascista y el sarao habitual.

Pero, de la esencia del problema y de su tratamiento con rigor y profesionalidad, ¿Quién se ocupa? Porque, admitámoslo, la inenarrable oposición entra en el juego y se pone al mismo nivel con galana frescura. Y volvemos a tener juego de espías, declaraciones ocurrentísimas, diatribas contra el monstruo socialista (¿socialista?) y rasgados de vestiduras. Pero ¿Cuál es la propuesta elaborada y seria de la oposición, cuál su credibilidad? Como a la cantante calva, no se la ve por ninguna parte, pero muy bien, gracias.

Los costes económicos, a corto, medio y largo plazo, de esa falta de nivel y de responsabilidad seria y ética, de la que el episodio de los 420 euros es sólo un síntoma doloroso más, son inimaginables dentro y fuera de España. Los sociales, inmarcesibles.

Cuando pienso en los próceres, de diestra y siniestra, que llevan el mayor peso de la política española reconozco que me entran sudores. Por el bochorno.

sábado, 2 de enero de 2010

Tres eran tres las hijas de Elena

La opinión de Enrique Calvet





La primera llevaba por cristiano nombre Iluminada, pues era dada a las ensoñaciones. Verbigracia, se le aparecían brotes verdes por España que nadie en el mundo atisbaba. Tenía revelaciones sobre proyecciones económicas que, de tan fantasiosas, podían parecer engaños. Pero cambiaban de un día para otro con desparpajo, según elecciones. También imaginaba oníricamente un sistema financiero privado que funcionase cual una ONG y rechazara buenos negocios relacionados con el balompié para ejercer la caridad de cara a Pymes; o que invirtiese 10.000 millones, por pura generosidad altruista, en un nuevo modelo de crecimiento económico que se buscaba desde el año 2004 y cuyos rasgos eran un misterio.
Lo malo de la animosa Iluminada, es que influía en doña Elena a la hora de gobernar la economía lo que perjudicaba claramente a los ciudadanos, que no vivían en Wonderland.
La segunda llamábase Mercedes. Se lo pusieron en honor a las “Mercedes Enriqueñas” de aquel Trastámara que conservó el poder largando riquezas y dinero a sus barones. Así, Mercedes estimaba muy oportuno subir a los funcionarios un 3,9% en plena crisis económica histórica, por esa generosidad innata hacia sus aliados sindicales. Por supuesto, Mercedes, espléndida con los dineros recaudados, no dudaba en promover la entrega de ingentes cantidades de dinero a entidades financieras, así fueran de mal gestionadas, sin la menor necesidad de que los “donantes” tuvieran control sobre ellas. Y, en el paroxismo de su manirrota largueza, Mercedes apoyaba la entrega a troche y moche de riadas de dinero a sus baronías fieles para oropeles, embajadas, ríos privados, flamenco, y reforzamiento múltiple de pompa e independencia en las taifas.
Lo malo de la despilfarradora Mercedes es que diseñaba la política de gasto de Dª Elena, lo cual dañaba el bienestar de los ciudadanos repartidos por baronías y obligados a pagar los desafueros ajenos.
La tercera hija fue agraciada con el nombre de Olvido. Ese nombre le marcó profundamente y lo de Olvido se convirtió en muy preocupante. No recordaba nunca, por supuesto, promesas, vaticinios ni compromisos contraídos, incumpliéndolo todo. Pero eso era un mal general. Lo que se tornaba en muy peligroso es que no recordaba, por ejemplo, que era misión de los gobernantes ocuparse del bien común y de las futuras generaciones, y no de clientelismos y citas electorales a corto. Tampoco rememoraba que vivía en una sociedad que, originariamente, tenía el cimiento de la solidaridad entre ciudadanos y no la base de un chalaneo entre regiones más o menos inventadas. Así, el principio de que los ciudadanos de mayor renta cedieran más impuestos para que el Estado central invirtiera en apoyar a ciudadanos necesitados o viviendo en condiciones de menor posibilidades de desarrollo, (con el corolario inexorable de que zonas con mayor número de compatriotas pudientes reciben menos y dan más que otras zonas con mayor densidad de conciudadanos necesitados), le parecía una filfa irrisoria y estaba dispuesta a dar más al que más tiene, siempre y cuando se lo devolviera en poltronas. Ello le creaba tal quebradero de cabeza que, evidentemente, Olvido olvidó la solidaridad (diz que propia de la izquierda) y hasta la aritmética en sudokus aberrantes. De la Constitución, hace tiempo que no recordaba nada.
Lo malo de la desmemoriada Olvido, es que ejercía un gran dominio sobre sus hermanas pero, sobre todo, sobre Doña Elena. Y los ciudadanos lo padecían, conscientemente o no.

Justo es decir que un caballero coqueteaba con las tres hermanas a la vez. Conocido por “El Pepé” éste tenía la intención de heredar un día de Dª. Elena y sus mentores, para lo cual encontraba en cualquiera de las hijas aspectos atractivos. Su entendimiento con Olvido era buenísimo, pues él tampoco recordaba gran cosa. Su memoria era selectiva y no se acordaba de quién había firmado los Pactos del Majestic, o de quién había establecido el modelo de crecimiento que engendraría hordas de parados o de quién no había hecho las reformas estructurales cuando eran factibles y había iniciado las dádivas generosas a las baronías fieles. Porque sus pequeñas diferencias con la hermana Mercedes no eran cuestión de método, sino de beneficiarios. “Mis barones mejor que otros, mis clientes mejor que otros”, venía a decir. Pero, en esencia, el adelgazamiento del Estado Central hasta la inanición que impide políticas responsables de solidaridad y cohesión nacional, le importaba igual de poco que a Mercedes.... Iluminada ejercía sobre él la fascinación de los extremos opuestos. Si ella se inventaba brotes verdes e idílicos paraísos, él contraponía lúgubres desiertos e infiernos tremebundos, pero con la misma táctica de exagerar anécdotas, frivolizar apariencias y rehuir las indispensables raíces estructurales de los problemas de los ciudadanos, a los que él mismo se ofrecía como bálsamo de fierabrás, para suceder a Dª. Elena, cuidando muy cariñosamente de sus hijas.

Y estos ciudadanos, entre dos alternativas igual de desesperantes, cada día más manipulados, cada día menos unidos, menos solidarios, menos europeos, cada día más pobres, cada día más huérfanos, canturreaban su popular canción: “...Tres eran tres, y ninguna era buena...”