jueves, 4 de febrero de 2010

Ciclismo


Jon Juaristi en ABC


EL viceconsejero de Interior del Gobierno vasco cuantifica en un millar largo los hechos disruptivos protagonizados por la izquierda abertzale en lo que llevamos de fiestas veraniegas. Como faltan unas cuantas antes de cerrar el ciclo, es posible que la cifra final sufra incrementos.
«Creemos dos, mil, muchos Vietnam», predicaba el Che Guevara antes de que los soldaditos bolivianos cortaran por la brava su aventura equinoccial y andina. Pues bien, los datos ofrecidos por el viceconsejero no son para tomarlos a choteo, pero tampoco conviene exagerar su importancia. Los sanantolines de Plencia, por poner un ejemplo, no dan ni para media ofensiva del Teth. Si acaso, se prestan a desagradables estropicios en el mobilario urbano. En cuanto a la desaforada actividad de la horda, la explica muy bien un viejo chiste vasco. El del aldeano que, reo de poligamia, desplegaba con racial laconismo su sistema ante un juez intrigado por el hecho de que se hubiera arreglado estupendamente con catorce esposas repartidas por diversos concejos del Duranguesado: «La bisicleta, pues». En la Bilbao de mis mocedades circulaba una variante en clave nacionalista. Durante un recorrido clandestino por las provincias vascas a finales de los cuarenta, unos parlamentarios ingleses, invitados por el entonces ilegal y perseguido PNV, pudieron ver en las cumbres de todos y cada uno de los montes de Euskadi, como si del toro de Osborne se tratara, la silueta de un gudari que los saludaba marcialmente, con las armas en perfecto estado de revista. La proeza se atribuye, incluso hoy mismo, a un solo militante del partido, el legendario Rezola, que pudo llevarla a cabo sin otro equipo que una bicicleta y una escopeta damasquinada, ambas de factura eibarresa.
Las dos historias gozaron de verosimilitud en tiempos ya lejanos, cuando una sana dieta a base de lentejas, alubia pinta y sidra de Hernani lograba producir esforzados ciclistas de cepa rural que coronaban los puertos sobre primitivas bicicletas con llantas de esparto. Ahora, y aunque las bicicletas son para el verano, nadie se atreve a usarlas en las carreteras vascongadas, atestadas de borrachos durante toda la temporada vacacional. Sin embargo, no es un misterio que las escuadras abertzales parezcan ubicuas. El territorio a cubrir es reducido, y los radicales cuentan con los abundantes recursos que la posmodernidad pone a su alcance, tales como autobuses climatizados, telefonillos celulares con tarifa plana y, sobre todo, calimocho barato, un brebaje a base de cocacola y vino tinto que constituye el principal fundamento de la cultura popular vasca del siglo veintiuno.
Pero, como la ubicuidad no es un don que se les haya concedido, los abertzales necesitan meter muchas horas extraordinarias para fingir que las cosas siguen igual que antes. En vano. El ciclo, ya que hablamos de ciclismo, ha cambiado. El nacionalismo ha perdido la iniciativa. Medio fascinados y medio aturdidos, los vascos en general y los nacionalistas vascos, en particular, se hallan exclusivamente atentos a los movimientos del gobierno de Pachi y su mariachi, pendientes de cada nueva trastada que el lehendakari socialista vaya a sacarse de la manga para desmantelar el contubernio hasta ayer dominante. La banda y sus adictos no innovan. Siguen con sus inveteradas bestalidades. El gobierno vasco debe aprovechar la ventaja que le da su creatividad. El anuncio, por ejemplo, de que va a prohibir, en las fiestas del verano que viene, todos los chiringuitos de las comparsas favorables a ETA, no es gran cosa, pero ha bastado para despertar en el personal ansiedades de bolero.

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