viernes, 29 de enero de 2010

Ética de los toros

Javier Cercas


Las líneas que siguen sólo aspiran a ser una contribución a la campaña en contra de que se supriman en Cataluña las corridas de toros, amenazadas de muerte desde que el 18 de diciembre pasado el Parlament admitió a trámite una iniciativa que propone terminar con ellas. Antes que nada advertiré que no soy aficionado a los toros y que lo único que sé de la fiesta se lo debo a mi padre, veterinario y taurino; a los tres o cuatro libros que he leído sobre el tema y a las tres corridas que he presenciado en directo. También diré que no entiendo que la línea principal de defensa de los taurinos ante la amenaza a la fiesta haya sido la apelación a la libertad y que tantos de ellos hayan proclamado: "Yo no soy partidario de prohibir nada"; vaya, pues yo sí: desde el asesinato hasta el fraude fiscal, se me ocurren muchísimas cosas que prohibir, porque la civilización consiste antes en prohibir que en tolerar, y no creo que la existencia de las corridas tenga mucho que ver con la libertad. Última advertencia: en los días previos a la admisión a trámite de la moción antitaurina me sorprendió la escasa beligerancia de los aficionados en favor de los toros. Hay quien ha explicado esa mansedumbre por el miedo que tendríamos los catalanes a enfrentarnos al nacionalismo catalán, una parte del cual ha hecho bandera de la abolición de los toros en su afán por extirpar de Cataluña cualquier rastro de cultura española; el argumento es endeble: la verdad es que el nacionalismo catalán da tanto miedo como la bruja del tren de la bruja; también es contradictorio, sobre todo cuando quienes lo esgrimen recuerdan con razón la catalanidad de la fiesta, una catalanidad que, aunque la nieguen los ignorantes, fue respaldada en el Parlament por todos los partidos, incluidos los nacionalistas. En un artículo imprescindible (La última corrida, El país, 2-5-2004), Vargas Llosa propone una razón más convincente para la habitual pasividad de los taurinos ante las amenazas a la lidia: una mala conciencia que se explica porque "nadie que no sea un obtuso o un fanático puede negar que la fiesta de los toros" es un espectáculo "impregnado de violencia y crueldad".

No hay comentarios: