miércoles, 14 de octubre de 2009

La manía de pensar


Joan Barril en El Periódico de Catalunya.


El PSC tiene un problema. En realidad, todos los partidos tienen en estos momentos más de un problema. El primero de ellos: la escasa influencia que mantienen con el tejido social. Los partidos pasaron de ser asambleas de ciudadanos lúcidos a convertirse en meros clubs de fans de los dirigentes. Hoy, privados de dirigentes de categoría, incluso los clubs de fans han desaparecido y los partidos políticos son meras agrupaciones de personas que tienen en el servicio al partido la garantía de su propia estabilidad profesional. Cuando el partido está en el poder, la vida del militante es un largo río tranquilo. Cuando, por el contrario, su poder ha de compartirse con otros partidos y las victorias futuras se ven cada vez más difíciles, entonces a los militantes les da por blindarse y desautorizar a sus críticos interiores.
Ese sí que es hoy por hoy un problema específico del PSC. A la hora de los votos se recurre al club de fans. Pero a la hora de las dudas y la falta de empuje, los pequeños poderes del PSC no dudan en pasarse por el forro esa libertad de tendencias que siempre ha caracterizado a la socialdemocracia europea y que constituía uno de sus grandes atractivos.
Si damos por supuesto que la socialdemocracia es la ideología de la razón, ¿por qué de pronto el debate intrapartidario del PSC ha desaparecido? ¿Qué ha sucedido para que desde dentro del partido se haya preferido construir una ciudad de vacaciones mentales antes de acometer el improbable riesgo de animar una lluvia de ideas en tiempos de sequía? Al fin y al cabo, ¿no es precisamente ahora, cuando el socialismo catalán se encuentra preso de la triple tenaza de unos socios incómodos, de un Zapatero frívolo y de un descrédito creciente, cuando se necesitan diagnósticos y remedios?
Y en eso llega Mascarell a advertir que algo se está rompiendo entre el PSOE y el PSC. Lo malo no es el diagnóstico, porque más o menos eso ya fue dicho en su día por Iceta y por el propio Montilla. Lo malo es que lo diga alguien a quien, como tantos otros, la exigua dirección de Nicaragua mandó al purgatorio a condición de no regresar jamás. Para desautorizar a Mascarell se ha elegido a Joan Ferran. Una lástima, porque una de las mejores virtudes de Ferran es la ironía, y en su respuesta esa fértil ironía se ha perdido. Dijo que el exconseller Mascarell ya solo es un ateneísta. En efecto, Mascarell es vicepresidente del Ateneu Barcelonès, pero Ferran y los suyos aún creen que estar en la cúpula de un partido es algo moralmente superior a ser miembro del Ateneu.
Esa es una variante del problema pesecero. El movimiento obrero de hace un siglo se ennobleció precisamente creando ateneos y lugares de debate. Un Ateneu se llama así en honor del templo de Palas de Atenas, la que fue diosa de la guerra hecha con inteligencia, de la paz y de la sabiduría progresiva. No es casual que a la sombra de sus columnas se encontraran filósofos y poetas para intercambiar ideas. Según el teorema de Joan Ferran, partidos y ateneos ya son incompatibles. Si Ferran le niega capacidad política a Mascarell, parece lógico que el Ateneu le dé la espalda a Joan Ferran y a lo que representa.
No ha gustado la profecía de Mascarell en Nicaragua. En vez de pensar, se ha ido a desautorizar. ¿Cuánto tiempo hace que el PSC, antiguo ateneo de intelectuales, no dice lo que piensa? O tal vez no es ese el problema. Tal vez el verdadero problema del PSC es que hace tiempo que ha perdido el hábito de pensar, porque ahora lo que toca es sobrevivir.

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