martes, 13 de octubre de 2009

¿Quiénes son uds. para pedirnos nuestro dinero?


Enrique Calvet en Expansión.



Seamos serios. España, como todos los países avanzados y democráticos, ha tenido que afrontar, económica y socialmente, el primer embate súbito y fortísimo de una crisis gigantesca y global, superpuesta a la suya propia. Ha sido y es un momento de emergencia social total. No olvidemos que el objetivo, particularmente en los países europeos, es doble. Por un lado evitar el descalabro económico, pero, por el otro, proteger al máximo el modelo social que hemos elegido, en el que una mínima cohesión social y una estructura de solidaridad y protección a los más débiles ciudadanos son irrenunciables. Por lo tanto, como todos, España ha tenido que acudir urgentemente a aumentar el gasto público muchísimo, como medida desesperada inmediata. Lo habrá hecho muy torpemente, pero cualquier gobierno lo hubiera hecho, aquí y acullá, igual de forzado. Por lo tanto, las diatribas demagógicas cuando reprochan, hoy, al Gobierno, no haber priorizado el control del déficit público sobre las necesidades apremiantes, pueden resultar frívolos eslóganes de baja política. Y no estamos para populismos a ras de suelo.
Pero el dinero no es infinito y todas las facturas se pagan. Es hora, tras haber capeado el primer ataque del tsunami, de empezar a contar para pagar destrozos y rescates. El Estado va a necesitar irremediablemente dinero. Y, por lo tanto, los impuestos habrán de subir. Es inevitable. No creemos que ni los más eximios adoradores de la curva de Laffer, con un déficit rondando el 10% en un entorno global de profunda recesión, piensen que se pueda evitar subir impuestos. Eso va a suceder. El dilema no es si sí o si no, las preguntas son: ¿cuándo, cómo, cuánto, quién?
Sobre el momento y la manera, ligados entre sí, mucho se debatirá y el planteamiento debería tener en cuenta a esos expertos que nuestro Presidente ignora. Monsieur Sarkozy, por ejemplo, ha decidido no subirlos ahora ( pero lo terminará haciendo, créanlo). El debate entre indirectos, directos, especiales, cotizaciones, inflación (que sí es un impuesto) es importante y complicado, pero hemos de dejarlo para mejor tratamiento en espacios más extensos y por mejores plumas.
En cambio, no podemos dejar que se minusvalore el cuánto y el quién. Unos ejemplos nos permitirán ser breves: ¿Cuánto dinero nos van a pedir para hacernos descubrir nuestra nueva masculinidad? ¿Cuánto para que se puedan abrir constelaciones de embajadas regionales? ¿Cuanto para promocionar el quéchua o rotular las calles de Perpiñán? ¿Cuánto para mantener ministerios, más que inútiles, desigualizantes? ¿Cuánto para subir a los funcionarios el 3,9%? ¿Cuánto para financiar acciones contra el uso de la lengua común de España? ¿Cuánto para subvencionar un modelo energético ruinoso y sectario? Y un largo etc... que rellenaría la enciclopedia británica. Pues para todo eso, mejor que no nos pidan nada. Es más, que no pidan hasta que hayan anulado o racionalizado esos gastos impresentables. La ciudadanía española ha demostrado ser muy solidaria y lo suficientemente preparada para entender que sin un esfuerzo en estructuras, empezando por el sistema financiero, no saldremos de la crisis. Está dispuesta a compartir sacrificios y arrimar el hombro. Pero no a pagar banquetes y bautizos que terminan destrozando el local. Porque lo más grave de todo ese despilfarro no es la falta de austeridad, es la inversión de recursos escasos (los nuestros) en acciones que van directamente en contra de lo que la ciudadanía necesita. En contra, incluso, del sentido común. A favor, eso sí, de intereses de poltrona (estatal, regional, local, todas valen..)
Y llegamos a ¿Quiénes son Uds. para pedirnos nuestro dinero? ¿Los que prometieron un nuevo modelo económico en el 2000, y hasta ahora? ¿Los que saben más que todos, todos los organismos internacionales? ¿ Los puntilleros de la unidad de mercado? ¿Los de la “Champion League”? ¿Los de “dónde dije digo, digo Diego” cotidiano? ...
Un gobierno, para subir impuestos, ha de tener confianza y credibilidad. Y de eso, andan muy escasitos nuestros próceres de izquierda y derecha cuando la crisis desenmascara todas las frívolas actitudes demagógicas y aprovechonas.
Una reforma fiscal que exige sacrificios se puede imponer coercitivamente frente a la repulsa mayoritaria y la desconfianza general. Pero no conviene, pues desencadena unos movimientos y unas energías de rechazo que son costosísimos y ruinosos en todos los órdenes: moral, social, económico, politico... Este tema de la subida de impuestos es otra de las áreas en la que se ve nítidamente, una vez más, que en este momento de emergencia diferencial que vive España, necesitada de unidad, confianza y motivación, es absolutamente deseable un pacto de Estado entre los partidos de ámbito nacional que devuelva confianza a la ciudadanía española, la vuelva a poner en el centro de sus preocupaciones y de las decisiones, lejos de encuestas y partidismos, y le sirva de ejemplo o, lisa y llanamente, le sirva. Si además, ese pacto de Estado se hiciese con otros políticos que los quemadísimos y poco fiables actuales, sería ya como ganar al póquer....

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