jueves, 15 de octubre de 2009

Los montillas catalanes


Edurne Uriarte en ABC


A estas alturas, ya no me sorprende el fanatismo lingüístico de los nacionalistas. Ha sido sobradamente analizado y diseccionado. Los nacionalistas catalanes persiguen al español, se saltan las leyes y desobedecen sentencias judiciales porque consideran el catalán la esencia de su identidad, de su diferencia, de sus derechos étnicos. Y, además, la base de sus privilegios y de su poder. Son fanáticos con causa y con intereses. Los que sí me siguen sorprendiendo son los esclavos voluntarios de ese fanatismo.

Los cientos de miles cuya lengua de comunicación es el español, la mayoría de los ciudadanos de Cataluña, y que, sin embargo, apoyan a los partidos responsables de las leyes del fanatismo lingüístico. En contra de su causa y de sus intereses.

Y es que hay algo incontestable en la nueva Ley de Educación catalana y en otras tropelías cometidas por las instituciones de esa comunidad. Que son plenamente democráticas, al menos en cuanto a sistema de decisión y juego de las mayorías y minorías. Han sido aprobadas por una amplia mayoría de los partidos y refrendadas en las urnas una y otra vez. Por un electorado catalán lleno de Montillas, ciudadanos cuya lengua es el español, que ni son nacionalistas ni fanáticos, pero aceptan gustosamente las imposiciones fanáticas. Hasta las lideran, si hace falta, y no hay más que ver a Montilla, el más nacionalista entre los nacionalistas.

Y éste no es un problema de la política o de la democracia, sino de la psicología. De la fuerza de unos valores sociales y de unos modelos de éxito en los que los ciudadanos «de segunda», hijos y nietos de inmigrantes, o los más miedosos, o los más susceptibles a la presión nacionalista, se apuntan gustosamente al fanatismo para integrarse. Formar parte de los triunfadores, aunque sea a costa de uno mismo y de sus intereses. Esa es la tragedia de los Montillas catalanes.

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